Lunes 27 de Octubre 2025
Por: Lic. Madelin Peña
Santo Domingo.-En la política moderna, comunicar sin estrategia puede ser letal para una gestión. Hoy, más que nunca, los funcionarios públicos están bajo el escrutinio constante de una ciudadanía empoderada, medios digitales activos y una prensa que no perdona el error de una palabra mal dicha, una respuesta improvisada. Sin embargo, muchos parecen no haberlo entendido y sin pensarlo terminan provocando sus propias crisis.
La comunicación institucional no puede ser reactiva ni emocional. No basta con publicar logros ni defenderse en redes sociales. Comunicar requiere planificación, coherencia y, sobre todo, una narrativa alineada con la gestión. Cuando un ministro o director responde sin asesoría o actúa impulsivamente, no solo se expone, sino que arrastra a toda su institución a una tormenta mediática innecesaria.
La clave está en entender que la comunicación es poder, pero también es riesgo. Un funcionario que no domina el discurso, que no escucha ni mide sus palabras, construye su propia crisis. La falta de entrenamiento en manejo mediático y crisis reputacional ha convertido a muchos ministerios en ejemplos de cómo no comunicar.
En los últimos años hemos visto múltiples ejemplos de declaraciones fuera de contexto, anuncios sin coordinación y publicaciones en redes que desatan más polémica que respaldo. En la era de la inmediatez, una respuesta a un periodista, un tuit mal pensado puede convertirse en el titular del día, y un video filtrado puede destruir meses de trabajo institucional.
Es una crisis comunicacional y de coherencia, alimentada por la falta de estrategia, la improvisación y la desconexión entre lo que se dice y lo que se hace. En lugar de construir un relato común, los portavoces oficiales y ministros parecen hablar idiomas distintos, algunos realizan labores ajenas a sus funciones, unos se adelantan a los hechos, otros los contradicen o simplemente los ignoran, generando ruido, confusión y desgaste en la población.
La gestión pública exige más que buenas intenciones; demanda estrategia, disciplina y humildad para reconocer errores. Cuando los funcionarios se convierten en su propia oposición, el costo lo paga todo el gobierno.
Superar esta etapa deberá exigir responsabilidad comunicacional y cohesión narrativa. De lo contrario, las crisis seguirán repitiéndose, no por lo que haga la oposición, sino por lo que dejen de hacer los hombres y mujeres de confianza.

