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Los apodos: graciosidad o burla

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Domingo 6 de Abril, 2025

Por Oscar López Reyes

Los apodos son rimbombantes en su gracejo o glamour, y pegajosos en el asombro de la curiosidad. Y, desde la antigüedad hasta nuestros días, deslumbran en el relampagueo de la mofa y en el cariñoso regocijo de la aceptación. A ellos no han escapado pobres ni ricos, superiores en dar órdenes ni dominados.

Siendo un adolescente, Culimbay respondía, orondo, cuando lo llamaban con ese sustantivo, y ya titulado de licenciado y ocupando una función ejecutiva en un banco, sus amigos se cuidaban para no pronunciar ese apodo, y así también ocurría con Trucutú. En cambio, a Cielo Lindo (Margarita del Carmen Sotomayor) le gustaba que sus compañeros de trabajo escucharan ese sobrenombre.

Los alias, motes, sobrenombres, seudónimos (nombres ficticios usados por artistas) o hipocorísticos (brevedad del apelativo propio: Dago: Dagoberto y Sina: Tomasina) son elegidos espontáneamente en el hogar, los centros de estudios y laborales, la comunidad y otros espacios físicos como una forma entretenida de salir de la rutina, en expresión de afecto deseable o para molestar, denigrar y ridiculizar partiendo de cualidades físicas o psicológicas identificativas.

A raíz del surgimiento del lenguaje humano y la aparición del Homo sapiens, en África, hace más de 200 mil años, en concordancia con las teorías monogenética (origen único del lenguaje antiguo) y poligenética (inicio múltiple de la lengua ancestral). En diferentes épocas, los grupos humanos han hecho galas de los apodos, que los designados reciben con simpatía o con enfado. Este apelativo masculino sustituye el nombre verdadero o de pila de una persona.

En las edades Antigua, Media, Moderna y Contemporánea han sido apodados faraones, emperadores, reyes, monarcas, marqués, condes, duques, príncipes y sultanes. A Julio César Augusto Germánico (12-41 d. C., emperador de Roma) le motejaban Calígula; a Fruela II de León (875 d. C.- 925), rey de Asturias, España: El Leproso; a Enrique IV de Castilla (1425-1474, Rey de Castilla, España): El Impotente; al Rey Felipe (1478-1506, España): El Hermoso; a Juana I de Reina de Castilla (1504-1555 d. C, España): Juana La Loca; a Luis XIV, Rey de Francia (1638-1715): El Rey del Sol; a José Bonaparte (1768-1844, rey de Nápoles y hermano de Napoleón Bonaparte, Francia): Pepe Botella.

También han tenido sobrenombres intrépidos como José Doroteo Arango Arámbola (1878-1923, México): Pancho Villa; Hugo Chávez Frías, presidente de la República Bolivariana de Venezuela (1999-2013): El Arañero de Sabaneta; Raúl Castro Ruz, presidente de la República Socialista de Cuba (2008-2018): Musito, así como sabios, indigentes, malhechores, criminales, bravos, políticos, artistas y peloteros, calvos, gordos, flacos, feos, vagos, etc.

En las conversaciones cotidianas y los medios de comunicación recogemos nominaciones que brotan del ingenio popular, y que son tan prolíferas que tenemos que clasificarlas en orden alfabético, como apuntes primarios para preparar una especie de diccionario abreviado.

Abundan más los apodos que comienzan con las letras C, M y P. C: Cambumbo, Cachito, Caraepalo, Comeharina y Cabito; M: Morocho, Munana, Mantequilla, Macopempén y Malafama, y P: Piñao, Pocholito, Peluñé, Pataeplomo y PapitoMataCuero.

Y las palabras que empiezan con las letras A, V y W son las menos escogidas. A: Aguatibia, Alambrito y Añoñaíto; V: Vincho, Vaquerito y ViteEncuero, y W: Willy, Wicho y Wini.

Comunidades de la República Dominicana y otros países de América Latina están colmadas de apodos, que son inventivas populares inspiradas en rasgos corporales particulares, comportamientos peculiares y complejos de sujetos, que devienen en percepciones sociales. Ellos reflejan una rica originalidad de la cognición humana.

La acuñación de términos siempre manará, impulsivamente, del salero folclórico, fundamentado en la Eponimia, engendro lingüístico que facilita la formación de palabras motivado en nombres de personas, lugares y conceptos.

Esas creaciones apódicas se cimientan en el lenguaje, exteriorizado generalmente en ocurrencias sin estrategias ni protocolo. Cuentan, a menudo, los atributos excepcionales y la imaginación individual o popular, en la construcción sincrónica (coordinación simultánea) y diacrónica (ocurrencia temporal) de códigos sugerentes y provocativos en su exageración.

Los apodos dejarán de ser inventados solo cuando desaparezcan el género humano y su ingenio, los ríos y lagos, las montañas y los valles, los altos y los bajitos, las gestas y los pasajes históricos, los héroes y descubridores, las enfermedades y la medicina, y el lenguaje y los signos. En ocasiones no sabemos de donde provienen, como Culimbay.